Para que la existencia efímera de un ser humano permanezca en constante adolescencia, ¿cuántas veces se necesita construir un sueño para ser testigo luego de su derrumbamiento?
Ideales progresistas, anhelos infantiles sin sustento alguno en un mundo en donde el color gris se ha apoderado de todo, si el sistema al que incesantemente se le quiere derrocar recorre nuestras mismas venas y se ha filtrado ya hasta en lo más íntimo de nuestro ADN.
Hay una suerte de desencantamiento de cada arcoiris que se dibuja en el cielo, y las promesas de un mejor mañana para la humanidad suenan tan huecas, que lo único que habrá que hacer es esperar con una buena taza de café en las manos, a que la historia se nos repita hasta el hartazgo y el absurdo, porque al parecer no hemos aprendido de los errores del pasado...
Al parecer, como decía Borges, la historia del tiempo se comprende en la historia de todos los hombres, y un solo hombre en su tiempo ha vivido en sí mismo, la historia de toda la humanidad, a saber, lo esencial en experiencias, digamos, dolor, decepción, deseo, amor, frustración, pérdidas, enfermedades, felicidad...
Con cada generación que sueña, se decepciona, ama y muere, la humanidad se depura a sí misma en su tiempo y en sus experiencias, atesorando en la memoria las heridas de la infinidad de intentos que hemos llevado a cabo para cambiar las cosas en nuestro mundo...
Pero en fin, los seres humanos estamos enfermos de lenguaje y nos sanamos a nosotros mismos con palabras hechas arte o con arte hecho palabras, y musicalmente, aquella banda de Liverpool, en sus cuatro enigmáticos elementos, vivió y continúa viviendo lo que toda la humanidad ha vivido en su tiempo, de levantarse a costa de todo y a pesar de sí mismos, para expresar un ideal, sin importar cuan inalcanzable y utópico éste sea...
Y tal parece ser que ellos escribieron un legado invaluable para las siguientes generaciones, que seguiremos soñando por cambiar las cosas, a pesar de nosotros mismos, aún cuando el sistema y el stablishment hagan hasta lo imposible por destruir nuestros ideales...
Hoy, en medio de una guerra absurda que se repite como hace ya 40 años, en medio de una hipocresía eclesiástica prostituida a los gobiernos imperialistas que someten a un régimen a las culturas ancestrales, con la falta de idealistas que encarnen ideales, y con una triste realidad mercantil y consumista... se vuelve eternamente necesario recordar aquél mantra: