martes, junio 27

Amor, dolor y compasión

Caín. Let me, or happy or unhappy, learn. To anticipate my inmortality.

Lucifer.
Thou didst before I came upon thee.

Caín.
How?

Lucifer.
By suffenng.

(LORD BYRON: Caín, act. II, scene 1.)

Es el amor, lectores y hermanos míos, lo más trágico que en el mundo y en la vida hay; es el amor hijo del engaño y padre del desengaño; es el amor el consuelo en el desconsuelo, es la única medicina contra la muerte, siendo como es de ella hermana.

Fratelli, a un tempo stesso, Amore e Morte Ingeneró la sorte, como cantó Leopardi.

El amor busca con furia a través del amado algo que está allende este, y como no lo halla, se desespera. Siempre que hablamos de amor tenemos presente a la memoria el amor sexual, el amor entre hombre y mujer para perpetuar el linaje humano sobre la tierra. Y esto es lo que hace que no se consiga reducir el amor, ni a lo puramente intelectivo, ni a lo puramente volitivo, dejando lo sentimental o, si se quiere, sensitivo de él. Porque el amor no es en el fondo ni idea ni volición: es más bien deseo, sentimiento; es algo carnal hasta en el espíritu. Gracias al amor sentimos todo lo que de carne tiene el espíritu.

El amor sexual es el tipo generador de todo otro amor. En el amor y por él buscamos perpetuarnos, y sólo nos perpetuamos sobre la tierra a condición de morir, de entregar a otro nuestra vida. Los más humildes animalitos, los vivientes ínfimos se multiplican dividiéndose, partiéndose, dejando de ser el uno que antes eran.

Pero agotada al fin la vitalidad de ser que así se multiplica dividiéndose de la especie, tiene de vez en cuando que renovar el manantial de la vida mediante uniones de dos individuos decadentes, mediante lo que se llama conjugación en los protozoarios. Únense para volver con más brío a dividirse. Y todo acto de engendramiento es un dejar de ser, total o parcialmente, lo que se era, un partirse, una muerte parcial. Vivir es darse, perpetuarse, y perpetuarse y darse es morir. Acaso el supremo deleite del engendrar no es sino un anticipado gustar la muerte, el desgarramiento de la propia esencia vital. Nos unimos a otro, pero es para partirnos; ese más íntimo abrazo no es sino un más íntimo desgarramiento. En su fondo, el deleite amoroso sexual, el espasmo genésico, es una sensación de resurrección, de resucitar en otro, porque sólo en otros
podemos resucitar para perpetuarnos.

Hay sin duda, algo de trágicamente destructivo en el fondo del amor, tal como en su forma primitiva animal se nos presenta, en el invencible instinto que empuja a un macho y una hembra a confundir sus entrañas en un apretón de furia. Lo mismo que les confunde los cuerpos, les separa, en cierto respecto, las almas; al abrazarse se odian tanto como se aman, y sobre todo luchan, luchan por un tercero aún sin vida.

El amor es una lucha, y especies animales hay en que al unirse el macho a la hembra la mal trata, y otras en que la hembra devora al macho luego que este la hubo fecundado.

Hase dicho del amor que es un egoísmo mutuo. Y de hecho cada uno de los amantes busca poseer al otro, y buscando mediante él, sin entonces pensarlo ni proponérselo, su propia perpetuación, que es el fin, ¿qué es sino avaricia? Y es posible que haya quien para mejor perpetuarse guarde su virginidad. Y para perpetuar algo más humano que la carne.

Porque lo que perpetúan los amantes sobre la tierra es la carne de dolor, es el dolor, es la muerte. El amor es hermano, hijo y a la vez padre de la muerte, que es su hermana, su madre y su hija. Y así es que hay en la hondura del amor una hondura de eterno desesperarse, de la cual brotan la es peranza y el consuelo. Porque de este amor carnal y primitivo de que vengo hablando, de este amor de todo el cuerpo con sus sentidos, que es el origen animal de la sociedad humana, de este enamoramiento surge el amor espiritual y doloroso.

Esta otra forma del amor, este amor espiritual, nace del dolor, nace de la muerte del amor carnal; nace también del compasivo sentimiento de protección que los padres experimentan ante los hijos desvalidos.

Los amantes no llegan a amarse con dejación de sí mismos, con verdadera fusión de sus almas, y no ya de sus cuerpos, sino luego que el mazo poderoso del dolor ha triturado sus corazo nes remejiéndolos en un mismo almirez de pena. El amor sensual confundía sus cuerpos, pero separaba sus almas, manteníalas extrañas una a otra; mas de ese amor tuvie ron un fruto de carne, un hijo. Y este hijo engendrado en muerte, enfermó acaso y se murió. Y sucedió que sobre el fruto de su fusión carnal y separación o mutuo extrañamiento espiritual, separados y fríos de dolor sus cuerpos, pero confundidas en dolor sus almas, se dieron los amantes, los padres, un abrazo de desesperación y nació entonces de la muerte del hijo de la carne, el verdadero amor espiritual. O bien, roto el lazo de la carne que les unía, respiraron con suspiro de liberación.

Porque los hombres sólo se aman con amor espiritual cuando han sufrido juntos un mismo dolor, cuando araron durante algún tiempo la tierra pedregosa uncidos al mismo yugo de un dolor común. Entonces se conocieron y se sintieron, y se consintieron en su común miseria, se compadecieron y se amaron. Porque amar es compadecer, y si a los cuerpos les une el goce, úneles a las almas la pena.

Todo lo cual se siente más clara y más frecuentemente aún cuando brota, arraiga y crece uno de esos amores trágicos que tienen que luchar contra las diamantinas leyes del Destino, uno de esos amores que nacen a destiempo o desazón, antes o después del momento o fuera de la norma en que el mundo, que es costumbre, los hubiera recibido. Cuantas más murallas pongan el Destino y el mundo y su ley entre los amantes, con tanta más fuerza se sienten empujados el uno al otro, y la dicha de quererse se les amarga, y se les acrecienta el dolor de no poder quererse a las claras y libremente, y se compadecen desde las raíces del corazón el uno del otro, y esta común compasión, que es su común miseria y su fidelidad común, da fuego y pábulo a su vez a su amor.

Y sufren su gozo gozando su sufrimiento. Y ponen su amor fuera del mundo, y la fuerza de ese pobre amor sufriente bajo el yugo del Destino les hace intuir otro mundo en que no hay más ley que la libertad del amor, otro mundo en que no hay barreras porque no hay carne. Porque nada nos penetra más de la esperanza y la fe en otro mundo que la imposibilidad de que un amor nuestro fructifique de veras en este mundo de carne y de apariencias.

Y el amor maternal, ¿qué es, sino compasión al débil, al desvalido, al pobre niño inerme que necesita de la leche y del regazo de la madre? Y en la mujer todo amor es maternal.

Amar en espíritu es compadecer, y quien más compadece más ama. Los hombres encendidos en ardiente caridad hacia sus prójimos, es porque llegaron al fondo de su propia miseria, de su propia aparencialidad, de sus naderías, y volviendo luego sus ojos así abiertos, hacia sus semejantes, los vieron también miserables aparenciales, anonadables, y los compadecieron y los amaron.

El hombre ansía ser amado, o, lo que es igual, ansía ser compadecido. El hombre quiere que se sientan y se compartan sus penas y sus dolores. Hay algo más que una artimaña para obtener limosna en eso de los mendigos que a la vera del camino muestran al viandante su llaga o su gangrenoso muñón. La limosna, más bien que socorro para sobrellevar los trabajos de la vida, es compasión. No agradece el pordiosero la limosna al que se la da volviéndole la cara por no verle y para quitárselo de al lado, sino que agradece mejor que se le compadezca no socorriéndole a no que socorriéndole no se le compadezca, aunque por otra parte prefiera esto. Ved, si no, con qué complacencia cuenta sus cuitas al que se conmueve oyéndoselas.

Quiere ser compadecido, amado.

El amor de la mujer, sobre todo, decía que es siempre en su fondo compasivo, es maternal. La mujer se rinde al amante porque le siente sufrir con el deseo. Isabel compadeció a Lorenzo, Julieta a Romeo, Francisca a Pablo. La mujer parece decir: «¡Ven, pobrecito, y no sufras tanto por mi causa!» Y por eso es su amor más amoroso y más puro que el del hombre y más valiente y más largo.

La compasión es, pues, la esencia del amor espiritual humano, del amor que tiene conciencia de serlo, del amor que no es puramente animal, del amor, en fin, de una persona racional. El amor compadece y compadece más cuanto más ama.

Invirtiendo el nihil volitum quin praecognitum, os dije que nihil cognitum quin praevolitum, que no se conoce nada que de un modo o de otro no se haya antes querido, y hasta cabe añadir que no se puede conocer bien nada que no se ame, que no se compadezca.

Creciendo el amor, esta ansia ardorosa de más allá y más adentro, va extendiéndose a todo cuanto ve, lo que va compadeciendo todo. Según te adentras en ti mismo y en ti mismo ahondas, vas descubriendo tu propia inanidad, que no eres todo lo que eres, que no eres lo que quisieras ser, que no eres, en fin, más que nonada. Y al tocar tu propia nadería, al no sentir tu fondo permanente, al no llegar ni a tu propia infinitud ni menos a tu propia eternidad, te compadeces y te enciendes en doloroso amor a ti mismo, matando lo que se llama amor propio, y no es sino una especie de delectación sensual de ti mismo, algo como un gozarse a sí misma la carne de tu alma.

El amor espiritual a sí mismo, la compasión que uno cobra para consigo, podrá acaso llamarse egotismo; pero es lo más opuesto que hay al egoísmo vulgar. Porque de este amor o compasión a ti mismo, de esta intensa desesperación, porque así como antes de nacer no fuiste, así tampoco después de morir serás, pasas a compadecer, esto es, a amar a todos tus semejantes y hermanos en aparencialidad, miserables sombras que desfilan de su nada a su nada, chispas de conciencia que brillan un momento en las infinitas y eternas tinieblas. Y de los demás hombres, tus semejantes, pasando por los que más semejantes te son, por tus convivientes, vas a compadecer a todos los que viven y hasta a lo que acaso no vive pero existe. Aquella lejana estrella que brilla allí arriba durante la noche se apagará algún día y se hará polvo, y dejará de brillar y de existir. Y como ella, el cielo todo estrellado.

Y si doloroso es tener que dejar de ser un día, más doloroso sería acaso seguir siendo siempre uno mismo, y no más que uno mismo, sin poder ser a la vez otro, sin poder ser a la vez todo lo demás, sin poder serlo todo.

Si miras al universo lo más cerca y lo más dentro que puedes mirarlo, que es en ti mismo; si sientes y no ya sólo contemplas las cosas todas en tu conciencia, donde todas ellas han dejado su dolorosa huella, llegarás al hondón del tedio de la existencia, al pozo de vanidad de vanidades. Y así es como llegarás a compadecerlo todo, al amor universal.

Para amarlo todo, para compadecerlo todo, humano y extrahumano, viviente y no viviente, es menester que lo sientas todo dentro de ti mismo, que lo personalices todo. Porque el amor personaliza todo cuanto ama, todo cuanto compadece. Sólo compadecemos, es decir, amamos, lo que nos es semejante y en cuanto nos lo es y tanto más cuanto más se nos asemeja, y así crece nuestra compasión, y con ella nuestro amor a las cosas a medida que descubrimos las semejanzas que con nosotros tienen. O más bien es el amor mismo, que de suyo tiende a crecer, el que nos revela las semejanzas esas. Si llego a compadecer y amar a la pobre estrella que desaparecerá del cielo un día, es porque el amor, la compasión, me hace sentir en ella una conciencia, más o menos oscura, que la hace sufrir por no ser más que estrella y por tener que dejarlo de ser un día. Pues toda conciencia lo es de muerte y de dolor.

Conciencia, conscientia, es conocimiento participado, es consentimiento, y con-sentir es com-padecer.

El amor personaliza cuanto ama. Sólo cabe enamorarse de una idea personalizándola. Y cuando el amor es tan grande y tan vivo y tan fuerte y desbordante que lo ama todo, entonces lo personaliza todo y descubre que el total Todo, que el Universo es Persona también, que tiene una Conciencia, Conciencia que a su vez sufre, compadece y ama, es decir, es conciencia eterna e infinita del Universo, Conciencia presa de la materia y luchando por libertarse de ella. Personalizamos al Todo para salvarnos de la nada, y el único misterio verdaderamente misterioso es el misterio del dolor.

El dolor es el camino de la conciencia y es por él como los seres vivos llegan a tener conciencia de sí.

Porque tener conciencia de sí mismo, tener personalidad, es saberse y sentirse distinto de los demás seres, y a sentir esta distinción sólo se llega por el choque, por el dolor más o menos grande, por la sensación del propio límite. La conciencia de sí mismo no es sino la conciencia de la propia limitación. Me siento yo mismo al sentirme que no soy los demás; saber y sentir hasta dónde soy, es saber dónde acabo de ser, y desde dónde no soy.

¿Y cómo saber que se existe no sufriendo poco o mucho? ¿Cómo volver sobre sí, lograr conciencia refleja, no siendo por el dolor? Cuando se goza olvídase uno de sí mismo, de que existe, pasa a otro, a lo ajeno, se enajena.

Y sólo se ensimisma, se vuelve a sí mismo, a ser él en el dolor.

Nessun maggior dolore
che ricordarsi del tempo felice
nella miseria,

hace decir el Dante a Francesca de Rimini (Inferno, V 121-123); pero si no hay dolor más grande que el de acordarse del tiempo feliz en la desgracia, no hay placer, en cambio, en acordarse de la desgracia en el tiempo de prosperidad.

«El más acerbo dolor entre los hombres es el de aspirar mucho y no poder nada» como según Heródoto (lib. IX, cap. 16), según dijo un persa a un tebano en un banquete. Y así es. Podemos abarcarlo todo o casi todo con el conocimiento y el deseo, nada o casi nada con la voluntad. Y no es la felicidad contemplación, ¡no!, si esa contemplación significa impotencia. Y de este choque entre nuestro conocer y nuestro poder surge la compasión.

Compadecemos a lo semejante a nosotros, y tanto más lo compadecemos cuanto más y mejor sentimos su semejanza con nosotros. Y si esta semejanza podemos decir que provoca nuestra compasión, cabe sostener también que nuestro repuesto de compasión, pronto a derramarse sobre todo, es lo que nos hace descubrir la semejanza de las cosas con nosotros, el lazo común que nos une con ellas en el dolor.

Nuestra propia lucha por cobrar, conservar y acrecentar la propia conciencia, nos hace descubrir en los forcejeos y movimientos y revoluciones de las cosas todas una lucha por cobrar, conservar o acrecentar conciencia, a la que todo tiende. Bajo los actos de mis más próximos semejantes, los demás hombres, siento -o consiento más bien- un estado de conciencia como es el mío bajo mis propios actos. Al oírle un grito de dolor a mi hermano, mi propio dolor se despierta y grita en el fondo de mi conciencia. Y de la misma manera siento el dolor de los animales y el de un árbol al que le arrancan una rama, sobre todo cuando tengo viva la fantasía, que es la facultad de intuimiento, de visión interior.

Descendiendo desde nosotros mismos, desde la propia conciencia humana, que es lo único que sentimos por dentro y en que el sentirse se identifica con el ser, suponemos que tienen alguna conciencia, más o menos oscura todos los vivientes y las rocas mismas, que también viven. Y la evolución de los eres orgánicos no es sino una lucha por la plenitud de conciencia a través del dolor, una constante aspiración a ser otros sin dejar de ser lo que son, a romper sus límites limitándose.

Miguel de Unamuno (del sentimiento trágico de la vida)

miércoles, junio 21

El principito


Ah, principito, cómo he ido comprendiendo lentamente tu vida melancólica! Durante mucho tiempo tu única distracción fue la suavidad de las puestas de sol. Este nuevo detalle lo supe al cuarto día, cuando me dijiste:

-Me gustan mucho las puestas de sol; vamos a ver una puesta de sol
-Tendremos que esperar
-¿Esperar qué?
-Que el sol se ponga.

Pareciste muy sorprendido primero, y después te reíste de ti mismo. Y me dijiste:

-Siempre me creo que estoy en mi tierra.

En efecto, como todo el mundo sabe, cuando es mediodía en Estados Unidos, en Francia se está poniendo el sol. Sería suficiente poder trasladarse a Francia en un minuto para asistir a la puesta del sol, pero desgraciadamente Francia está demasiado lejos. En cambio, sobre tu pequeño planeta te bastaba arrastrar la silla algunos pasos para presenciar el crepúsculo cada vez que lo deseabas.

-¡Un día vi ponerse el sol cuarenta y tres veces!

Y un poco más tarde añadiste:

-¿Sabes? Cuando uno está verdaderamente triste le gusta ver las puestas de sol.
-El día que la viste cuarenta y tres veces estabas muy triste ¿verdad?

Y principito no respondió.

Antoine de Saint-Exupery (Francia, 1900-1944)

viernes, junio 16

Definitions


intelligent artistic creative beautiful philosopher a poet in disguise yogui quasivegetarian goddess fallen queen an obssession a torture a dream a moon sylphide woods fragile day tree spiritual narrow minded a soft caress like the wind an endless conversation deep rainbow gemini mirror soulmate illusion reflection empty vision afraid body sensitive unreachable reality lost memory from childhood friend not to watch a movie but to see it through her eyes slow sunday walk forced goodbye twin flaming june jane adams a repetition from the past deja'vu fearful hugger Narcissus gift exotic flower denying thy fault my most remarkable infatuation awaited love thruth seeker belief unifier restless voyager my muse a tear at night saying no with an infinite embrace a none given kiss just one in her hand unanswered question a lesson experience of pleasure and pain God image a desire capicúa angel little sister otherness dissapointed in search of sunrise siren eyes hair of an ocean white sand skin petit like a star far apart doubtful clumpsy guide nightblindness the supposed one who shared half meal and quarter heart disconfort sensoguide female version of me looks amazingly hot with glasses shy easily blush consciousness shrink free writes poetry with complicated body positions semi-astronomer antisocial listener who i got just one chance to see her dance partenaire everytime she cried it was like witness God die cute to watch her eyes go through a menu pianist french talker parle pretty toes sitting among essence of chai totally ciudadela ying yang playing triangles marihu-ana-phobic with a voice of a gurú child eastern alien in western land middle unexisting island of the mind puzzle who was born on father's day like me shine mystical hurric-anne i wish one day i get to see her althar with my cheek in her thigh...
mizpah

martes, junio 13

El amor

El amor es imposible. Sólo se accede a él, contingentemente. Y es imposible, justamente porque se establece sobre la base del desencuentro, aunque los protagonistas creamos que es sobre la base del encuentro.
“El amor es dar lo que no se tiene a aquel que no lo es”.
He aquí el desencuentro, el cual instala al amor como un efecto del encuentro con aquello que no podemos representar de forma imaginaria y simbólica de la otra persona; aquello que siempre queda inaccesible, es decir, lo Real, aquello que -no cesa de no inscribirse-.
El flechazo de Cupido nos conmueve, porque imaginamos o creemos detectar en la otra persona aquello que a nosotros nos falta, por eso nos apresuramos a tomarlo. Como al otro suele ocurrirle lo mismo, nos encontramos con que también se nos acerca buscando lo que cree que tenemos, ofreciéndonos lo que a él o a ella le falta. Aunque quede encubierto por la apariencia de las mejores galas.
Del encuentro entre ambas carencias, surgen los primeros malentendidos. De como éstos sean sobrellevados por la pareja dependerá que entre ellos se estabilice o no el amor. Dos personas, digo personas, porque al provenir esta palabra del griego "personne" (máscara) define bien que nuestras apariencias no hacen más que recubrir lo Real que en cada uno de nosotros insiste en hacerse presente.
Personas pues, desgarradoramente portadores de padecimientos tan humanos de una orfandad que solo quiere olvidarse. Orfandad que no se refiere necesariamente a la pérdida de los progenitores, sino también, lo que resulta a veces peor, hijos de padres que han sido poco padres. Porque han estado tomados más por otro hijo, o por el enamoramiento o la hostilidad entre ellos mismos. Entonces, el hijo o hija “patito feo o patita fea” busca pareja desde esa especial orfandad. La otra parte, acertadamente siente que esa persona sabe sobre orfandad. Lo que no advierte, generalmente no quiere advertir, es que ese es un saber que dicha persona quiere usar para resolver su propia desgracia.
El resultado más probable será que se encuentren dos orfandades que buscan “aquellos padres” que no tuvieron. Por lo tanto es muy fácil que entre ellos ocurra el desencuentro. Porque lo que cada uno va a encontrar en el otro es el pedido de padres, no el otorgamiento de padres.
A pesar y debido a todo -ello-, ¡que maravilloso es el enamoramiento!, ese momento de impacto, de flechazo, en el que aparece la absoluta seguridad de que se encontró lo que se buscaba.
Narciso enamorado, encandilado por el espejismo de la imagen del otro, pero no advierte que la mirada que lo sostiene no hace otra cosa que devolverle su imagen, pero invertida. “El emisor recibe del receptor su propio mensaje invertido”.
Narciso atrapado en una banda de Moebius; cuanto más avanza en lo que cree que le es favorable, más posibilidades tiene de pasar inadvertidamente a la otra cara, la que lo introduce en el campo contradictorio de lo desfavorable para él mismo. El vaciado de uno en el otro.
Vaciado de historias, de pasados, de imágenes y símbolos que son advertidos por el enamorado en la figura del otro; rasgos representativos de algunos de los personajes claves de su historia infantil y puberal. Esos rasgos, inconscientemente, vuelven a traerle recuerdos de quienes supieron, o no, qué hacer con sus primeras carencias. Fueron eficaces o ineptos para lo que comúnmente se les llama “cuidados maternos”.
En esa narrativa y según como el infante sujeto haya reaccionado ante ese saber o no saber hacer, es que se constituirán fantasías no dichas, sí actuadas, que guiarán las repeticiones de la persona en cuestión.
Se supondría que en el enamoramiento, la atracción se ejercería sobre un otro, en suposición de su saber hacer lo necesario para resolver sus carencias y dolencias. Lo curioso es que en general el deseo empuja no solo a buscar resolver simple y llanamente aquello de lo que se careció en los primeros años, sino que busca engarzarse con alguien que le presente las mismas dificultades que le quedaron presentes de aquellas imagenes infantiles para tratar de transformarlo en alguien que no las ofrezca.

De ahí la existencia de mujeres ávidas por querer “hacer” de su otro un hombre (según ella supone que tendría que ser) y por supuesto, la existencia de hombres sufrientes tratando de “entender” qué hacen mal, para hacerlo bien según corresponda a la demanda de su amada para lograr que Ella (una "Ella" que solo existe en su sueño, una "Ella" que quedó muy atrás en el pasado) lo ame. Lamentablemente a muchos en eso se nos va la vida.
Pero aun así y a pesar de todo -ello-, el amor se abre paso en medio de la convivencia cotidiana y de lo Real. Solo ahí, el enamoramiento se podría transformar en amor; si la pareja logra ir asumiendo y aceptando el desencuentro. Sino, sobrevendrán la desilusión, el alejamiento y la ruptura.
Elaborar ese desencuentro no es llevarlo a la intelectualidad y tratar de entenderlo o razonarlo, si no desearlo, con todo su dolor y muerte subyacentes. Aceptar las fallas, las faltas y los huecos inllenables en el otro, para aceptar los propios; en fin, compartirlos.
Sufrimiento y desencuentro existieron siempre, pero hubo épocas en que quedaban más velados. Las costumbres sociales no incluían la separación. El divorcio es un invento reciente.
Por eso, solía aparecer la otra casa, la llamada “casa chica” para el varón, y los amantes furtivos para la mujer. Todo para velar, las zozobras del amor.
En el amor no hay racionalidad en el sentido de la razón del pensamiento. Por eso cuando una pareja se propone “construir el amor”, suele fracasar horriblemente. Y no sólo eso: la pasan muy mal todo el tiempo que están tratando de construir el amor. El sueño se les transformó en un trabajo por “necesidad” y no por deseo. En ese sentido, no hay racionalidad posible. El amor ocurre o no, no se construye. El amor no debe ser obligación, tampoco mandato.
¿Qué quiere el Otro de mí? ¿Qué me quiere? ¿Qué soy para el Otro?
Preguntas que son causadas por las inversas: ¿Qué quiero del Otro? ¿Lo quiero al Otro? ¿Qué es el Otro para mí?
Todas ellas las podríamos reducir a dos: ¿Qué valgo para el Otro? ¿Qué vale el Otro para mí?
Son absolutamente lógicas en tanto todo intercambio requiere unidades de valor para poder evaluar. Y aunque el valor de cada uno de nosotros es imposible de calcular, esto no impide que esas preguntas, nos acompañen durante toda la vida.
Preguntas que se repiten insistentemente, ineludibles, en todo lazo de amor. Lo triste es que la imposibilidad de responderlas suele llevar a intentar encontrar respuestas en los valores de uso.
Esto es: el aspecto físico, cómo se coge, el dinero, las propiedades, las mercancías, los “méritos”, las afinidades, en fin, que tan "cotizado" se encuentre el otro, o lo "cotizado" que el otro me encuentre, o mejor dicho, me desencuentre.
Y por supuesto que las carencias, a veces son mejor cotizadas que aquello que se posee, porque también hay quienes buscan el amor de otro a través de la compasión.
Y después vienen los hijos, que pueden unir mucho a una pareja, o pueden también desunirla. De la misma manera, las profesiones o las creencias religiosas e ideológicas pueden tener esos mismos destinos. Y ni qué decir del goce erótico. Así como “en la cancha se ven los jugadores”, uno podría decir que en la cama se aprecian los amantes.
El enamorado/a, es una hoja en la tormenta. Por eso está buscando siempre protegerse de la tormenta y llegar a buen puerto. Cerrar los ojos no sirve para nada. “Te amo con mis ojos ciegos bien abiertos”. Pero abrirlos bien no impide estar ciego. Porque ahí reaparece una cuestión eterna: los seres humanos no queremos ni podemos dejar de creer que vamos a lograr ordenar nuestra vida. Y en definitiva está bien que lo creamos, porque eso da un sustento imaginario para establecer las relaciones y llevarlas adelante. Pero en medio de nuestras creencias, se meten el desencuentro, el azar, la disparidad.
Todos esos ingredientes que hacen que las acciones del ser humano finalmente se muestren con un gran componente de ilusiones. Ilusiones que no se cumplen y otras muchas que sí. Pero para que las ilusiones tengan alguna posibilidad de cumplirse, primero hay que animarse a correr el riesgo de que puedan no cumplirse.
Una de las grandes barreras para el amor, es el temor a correr el riesgo de la pérdida. Toda relación de amor presupone que alguno de los dos va a perder al otro. El otro puede morir o dejar de amarnos. No hay ningún amor que no tenga la perdida en el horizonte. Y hay que animarse a tolerar esa posibilidad. Mucha gente porque no se anima a perder, vive perdiendo.
Dan por perdido el amor antes de haberlo vivido. Hay mucha gente en pareja, casados o no, que saben que ya no se aman y no se animan a disolverla y a armar otra nueva, cuando en realidad ya han dado por perdido al amor. Paradojalmente han dado por perdido el amor, por miedo a perderlo. Cuando proceden así, ya lo han perdido.
La pareja de Aquiles y Patroclo es un claro ejemplo de lo que pasa dentro del intercambio que se da en el amor: cómo de objeto se puede pasar a ser sujeto y viceversa. Aquiles era el objeto de Patroclo. Cuando Patroclo muere, Aquiles llora sobre su tumba. En ese punto Patroclo pasa a ser el objeto y Aquiles el sujeto.
La situación se invierte y el amor se metaforiza. El amor como una metáfora de la falta del objeto. Lo que más se ama es lo ausente en el objeto. En los duelos posteriores a las rupturas de las parejas, lo que más se extraña es lo que no se tuvo, lo que podría haber sido.
En fin, habrá pues que suponerle a las mujeres, quienes hablan más que los hombres sobre amor, un saber hacer, y aceptar que los hombres somos mucho más ignorantes en el terreno del amor. Podemos recordar el mito de Dafnis y Cloe: la mujer grande le enseña al pastor el goce erótico para que sepa qué hacer con su joven amada.
Mujer... criatura que cria a su criatura transmitiéndole su afecto. El amor se aprende de las mujeres, no se aprende de libros o “sexólogos”. Es un saber, que lo tengan o no, es otra historia, pero disponen de él como un saber hacer, como saber inconsciente. Ellas mismas no saben lo que saben, pero sí lo saben en su hacer.
Aceptar y asumir pues, al amor no como una cuestión limitada por las diferencias entre los sexos, sino como la posibilidad de trascender dichas diferencias. Esto en la medida en que el desencuentro y su muerte acechante, igualmente sean aceptadas y asumidas en el fecundo engaño que el amor representa.
El amor es para pensarse, para sentirse y sobre todo, para percibirse como un estímulo/sensación/sentimiento que transcurre por todo el cuerpo.
El amor es para leerse en la poesía y para vivenciarlo en la experiencia concreta, con todo y su complejidad y las extrañas sensaciones que ocurren en aquel lugar vacío en el que se encuentra eso que llamamos "corazón", me refiero al inorgánico.
El amor es para desearse y entretejerse en los goces eróticos, en las sensaciones y percepciones que ocurren en las entrepiernas, en los sentidos, piel, mucosas, mirada-visión, oído-voz.
En esos lugares del cuerpo en donde quedó escrito la narrativa estructurante, en aquella primera seducción maternal y donde quedó ligado su deseo, y que por ello dicha narrativa se repite y se repite a lo largo de la vida.
En fin, el amor es para ser reescrito en las pulsiones y las pulsiones son para ser reescritas y elegidas en la bendita conjunción que forman el amor, el deseo, el goce, el placer y el dolor.
Y aunque el amor siga siendo la razón por la que la humanidad se encuentra a sí misma en muchas confrontaciones, en muchos esfuerzos, y otros tantos odios que se han visto enredados en la penosa y al mismo tiempo venerable e incansable búsqueda de una Verdad inexistente que por fin no haya que cambiar, ni dudar, una Verdad eterna, una Verdad que para poder sostenerla hemos creado infinidad de engaños, entre ellos el amor mismo. Una Verdad que insolentemente pretende prometer el no-dolor ignorando que en el pretender es cuando se sufre más, una Verdad que sofoca y mutila la noble posibilidad de que cada individuo encuentre su propia verdad entretejida en sus sueños, en sus palabras y en sus actos...
El amor es pues, eterno mientras dura... y por -ello-, aceptemos nuestra mortalidad y finitud, y tan solo amemos y seamos eternos, al menos por un pequeño rato...
(Fuente: Miller J., "La pareja y el amor", Paidós, Buenos Aires)


Designo un lugar –aquí--, donde tú todavía no estás pero adonde a mí me gustaría verte descender…

Yo te amo tanto que ya no sé cuál de los dos está ausente…

En el libro está el libro,
sin saberlo, la reina cuenta al rey
la ya olvidada -Historia de los dos-.
Arrebatados por el tumulto
de anteriores magias,
no saben quiénes son.
Siguen soñando.

Jorge Luis Borges
Metáforas de las mil y una noches

viernes, junio 9


Así cuando más tarde me busque
Quien sabe la muerte, angustia de quien vive
Quien sabe la soledad, fin de quien ama
Que yo pueda decir del amor (que tuve)
Que no sea inmortal puesto que es llama
Pero que sea infinito en cuanto dure.
Vinicius de Moraes
"Soneto de felicidad"

“La miseria amorosa es indisoluble, se debe sufrir o salirse; arreglar es imposible (el amor no es didáctico ni reformista).”

Roland Barthes

"se hace un amor / con dos huecos / que no se rellenan / cada hueco devora / su propia ausencia / y la otra / y en el tiempo de la culminación / las dos ausencias / que nunca fueron una / se vuelven las espaldas / entonces / cada hueco / regresa al vacio de si mismo / y coloca su hueco en condiciones / de volver / a empezar"

Perone Mario

No tenemos ni marca de predestinación ni vestigios de las primeras luces; ni siquiera sabemos que soplo nos expulsa y nos aspira.

Apenas si el sabor de la sed, si la manera de traspasar la niebla, si esta vertiginosa sustancia en busca de salida, hablan de alguna parte donde las mutiladas visiones se completan, donde se cumple Dios.

Olga Orozco.