martes, junio 13

El amor

El amor es imposible. Sólo se accede a él, contingentemente. Y es imposible, justamente porque se establece sobre la base del desencuentro, aunque los protagonistas creamos que es sobre la base del encuentro.
“El amor es dar lo que no se tiene a aquel que no lo es”.
He aquí el desencuentro, el cual instala al amor como un efecto del encuentro con aquello que no podemos representar de forma imaginaria y simbólica de la otra persona; aquello que siempre queda inaccesible, es decir, lo Real, aquello que -no cesa de no inscribirse-.
El flechazo de Cupido nos conmueve, porque imaginamos o creemos detectar en la otra persona aquello que a nosotros nos falta, por eso nos apresuramos a tomarlo. Como al otro suele ocurrirle lo mismo, nos encontramos con que también se nos acerca buscando lo que cree que tenemos, ofreciéndonos lo que a él o a ella le falta. Aunque quede encubierto por la apariencia de las mejores galas.
Del encuentro entre ambas carencias, surgen los primeros malentendidos. De como éstos sean sobrellevados por la pareja dependerá que entre ellos se estabilice o no el amor. Dos personas, digo personas, porque al provenir esta palabra del griego "personne" (máscara) define bien que nuestras apariencias no hacen más que recubrir lo Real que en cada uno de nosotros insiste en hacerse presente.
Personas pues, desgarradoramente portadores de padecimientos tan humanos de una orfandad que solo quiere olvidarse. Orfandad que no se refiere necesariamente a la pérdida de los progenitores, sino también, lo que resulta a veces peor, hijos de padres que han sido poco padres. Porque han estado tomados más por otro hijo, o por el enamoramiento o la hostilidad entre ellos mismos. Entonces, el hijo o hija “patito feo o patita fea” busca pareja desde esa especial orfandad. La otra parte, acertadamente siente que esa persona sabe sobre orfandad. Lo que no advierte, generalmente no quiere advertir, es que ese es un saber que dicha persona quiere usar para resolver su propia desgracia.
El resultado más probable será que se encuentren dos orfandades que buscan “aquellos padres” que no tuvieron. Por lo tanto es muy fácil que entre ellos ocurra el desencuentro. Porque lo que cada uno va a encontrar en el otro es el pedido de padres, no el otorgamiento de padres.
A pesar y debido a todo -ello-, ¡que maravilloso es el enamoramiento!, ese momento de impacto, de flechazo, en el que aparece la absoluta seguridad de que se encontró lo que se buscaba.
Narciso enamorado, encandilado por el espejismo de la imagen del otro, pero no advierte que la mirada que lo sostiene no hace otra cosa que devolverle su imagen, pero invertida. “El emisor recibe del receptor su propio mensaje invertido”.
Narciso atrapado en una banda de Moebius; cuanto más avanza en lo que cree que le es favorable, más posibilidades tiene de pasar inadvertidamente a la otra cara, la que lo introduce en el campo contradictorio de lo desfavorable para él mismo. El vaciado de uno en el otro.
Vaciado de historias, de pasados, de imágenes y símbolos que son advertidos por el enamorado en la figura del otro; rasgos representativos de algunos de los personajes claves de su historia infantil y puberal. Esos rasgos, inconscientemente, vuelven a traerle recuerdos de quienes supieron, o no, qué hacer con sus primeras carencias. Fueron eficaces o ineptos para lo que comúnmente se les llama “cuidados maternos”.
En esa narrativa y según como el infante sujeto haya reaccionado ante ese saber o no saber hacer, es que se constituirán fantasías no dichas, sí actuadas, que guiarán las repeticiones de la persona en cuestión.
Se supondría que en el enamoramiento, la atracción se ejercería sobre un otro, en suposición de su saber hacer lo necesario para resolver sus carencias y dolencias. Lo curioso es que en general el deseo empuja no solo a buscar resolver simple y llanamente aquello de lo que se careció en los primeros años, sino que busca engarzarse con alguien que le presente las mismas dificultades que le quedaron presentes de aquellas imagenes infantiles para tratar de transformarlo en alguien que no las ofrezca.

De ahí la existencia de mujeres ávidas por querer “hacer” de su otro un hombre (según ella supone que tendría que ser) y por supuesto, la existencia de hombres sufrientes tratando de “entender” qué hacen mal, para hacerlo bien según corresponda a la demanda de su amada para lograr que Ella (una "Ella" que solo existe en su sueño, una "Ella" que quedó muy atrás en el pasado) lo ame. Lamentablemente a muchos en eso se nos va la vida.
Pero aun así y a pesar de todo -ello-, el amor se abre paso en medio de la convivencia cotidiana y de lo Real. Solo ahí, el enamoramiento se podría transformar en amor; si la pareja logra ir asumiendo y aceptando el desencuentro. Sino, sobrevendrán la desilusión, el alejamiento y la ruptura.
Elaborar ese desencuentro no es llevarlo a la intelectualidad y tratar de entenderlo o razonarlo, si no desearlo, con todo su dolor y muerte subyacentes. Aceptar las fallas, las faltas y los huecos inllenables en el otro, para aceptar los propios; en fin, compartirlos.
Sufrimiento y desencuentro existieron siempre, pero hubo épocas en que quedaban más velados. Las costumbres sociales no incluían la separación. El divorcio es un invento reciente.
Por eso, solía aparecer la otra casa, la llamada “casa chica” para el varón, y los amantes furtivos para la mujer. Todo para velar, las zozobras del amor.
En el amor no hay racionalidad en el sentido de la razón del pensamiento. Por eso cuando una pareja se propone “construir el amor”, suele fracasar horriblemente. Y no sólo eso: la pasan muy mal todo el tiempo que están tratando de construir el amor. El sueño se les transformó en un trabajo por “necesidad” y no por deseo. En ese sentido, no hay racionalidad posible. El amor ocurre o no, no se construye. El amor no debe ser obligación, tampoco mandato.
¿Qué quiere el Otro de mí? ¿Qué me quiere? ¿Qué soy para el Otro?
Preguntas que son causadas por las inversas: ¿Qué quiero del Otro? ¿Lo quiero al Otro? ¿Qué es el Otro para mí?
Todas ellas las podríamos reducir a dos: ¿Qué valgo para el Otro? ¿Qué vale el Otro para mí?
Son absolutamente lógicas en tanto todo intercambio requiere unidades de valor para poder evaluar. Y aunque el valor de cada uno de nosotros es imposible de calcular, esto no impide que esas preguntas, nos acompañen durante toda la vida.
Preguntas que se repiten insistentemente, ineludibles, en todo lazo de amor. Lo triste es que la imposibilidad de responderlas suele llevar a intentar encontrar respuestas en los valores de uso.
Esto es: el aspecto físico, cómo se coge, el dinero, las propiedades, las mercancías, los “méritos”, las afinidades, en fin, que tan "cotizado" se encuentre el otro, o lo "cotizado" que el otro me encuentre, o mejor dicho, me desencuentre.
Y por supuesto que las carencias, a veces son mejor cotizadas que aquello que se posee, porque también hay quienes buscan el amor de otro a través de la compasión.
Y después vienen los hijos, que pueden unir mucho a una pareja, o pueden también desunirla. De la misma manera, las profesiones o las creencias religiosas e ideológicas pueden tener esos mismos destinos. Y ni qué decir del goce erótico. Así como “en la cancha se ven los jugadores”, uno podría decir que en la cama se aprecian los amantes.
El enamorado/a, es una hoja en la tormenta. Por eso está buscando siempre protegerse de la tormenta y llegar a buen puerto. Cerrar los ojos no sirve para nada. “Te amo con mis ojos ciegos bien abiertos”. Pero abrirlos bien no impide estar ciego. Porque ahí reaparece una cuestión eterna: los seres humanos no queremos ni podemos dejar de creer que vamos a lograr ordenar nuestra vida. Y en definitiva está bien que lo creamos, porque eso da un sustento imaginario para establecer las relaciones y llevarlas adelante. Pero en medio de nuestras creencias, se meten el desencuentro, el azar, la disparidad.
Todos esos ingredientes que hacen que las acciones del ser humano finalmente se muestren con un gran componente de ilusiones. Ilusiones que no se cumplen y otras muchas que sí. Pero para que las ilusiones tengan alguna posibilidad de cumplirse, primero hay que animarse a correr el riesgo de que puedan no cumplirse.
Una de las grandes barreras para el amor, es el temor a correr el riesgo de la pérdida. Toda relación de amor presupone que alguno de los dos va a perder al otro. El otro puede morir o dejar de amarnos. No hay ningún amor que no tenga la perdida en el horizonte. Y hay que animarse a tolerar esa posibilidad. Mucha gente porque no se anima a perder, vive perdiendo.
Dan por perdido el amor antes de haberlo vivido. Hay mucha gente en pareja, casados o no, que saben que ya no se aman y no se animan a disolverla y a armar otra nueva, cuando en realidad ya han dado por perdido al amor. Paradojalmente han dado por perdido el amor, por miedo a perderlo. Cuando proceden así, ya lo han perdido.
La pareja de Aquiles y Patroclo es un claro ejemplo de lo que pasa dentro del intercambio que se da en el amor: cómo de objeto se puede pasar a ser sujeto y viceversa. Aquiles era el objeto de Patroclo. Cuando Patroclo muere, Aquiles llora sobre su tumba. En ese punto Patroclo pasa a ser el objeto y Aquiles el sujeto.
La situación se invierte y el amor se metaforiza. El amor como una metáfora de la falta del objeto. Lo que más se ama es lo ausente en el objeto. En los duelos posteriores a las rupturas de las parejas, lo que más se extraña es lo que no se tuvo, lo que podría haber sido.
En fin, habrá pues que suponerle a las mujeres, quienes hablan más que los hombres sobre amor, un saber hacer, y aceptar que los hombres somos mucho más ignorantes en el terreno del amor. Podemos recordar el mito de Dafnis y Cloe: la mujer grande le enseña al pastor el goce erótico para que sepa qué hacer con su joven amada.
Mujer... criatura que cria a su criatura transmitiéndole su afecto. El amor se aprende de las mujeres, no se aprende de libros o “sexólogos”. Es un saber, que lo tengan o no, es otra historia, pero disponen de él como un saber hacer, como saber inconsciente. Ellas mismas no saben lo que saben, pero sí lo saben en su hacer.
Aceptar y asumir pues, al amor no como una cuestión limitada por las diferencias entre los sexos, sino como la posibilidad de trascender dichas diferencias. Esto en la medida en que el desencuentro y su muerte acechante, igualmente sean aceptadas y asumidas en el fecundo engaño que el amor representa.
El amor es para pensarse, para sentirse y sobre todo, para percibirse como un estímulo/sensación/sentimiento que transcurre por todo el cuerpo.
El amor es para leerse en la poesía y para vivenciarlo en la experiencia concreta, con todo y su complejidad y las extrañas sensaciones que ocurren en aquel lugar vacío en el que se encuentra eso que llamamos "corazón", me refiero al inorgánico.
El amor es para desearse y entretejerse en los goces eróticos, en las sensaciones y percepciones que ocurren en las entrepiernas, en los sentidos, piel, mucosas, mirada-visión, oído-voz.
En esos lugares del cuerpo en donde quedó escrito la narrativa estructurante, en aquella primera seducción maternal y donde quedó ligado su deseo, y que por ello dicha narrativa se repite y se repite a lo largo de la vida.
En fin, el amor es para ser reescrito en las pulsiones y las pulsiones son para ser reescritas y elegidas en la bendita conjunción que forman el amor, el deseo, el goce, el placer y el dolor.
Y aunque el amor siga siendo la razón por la que la humanidad se encuentra a sí misma en muchas confrontaciones, en muchos esfuerzos, y otros tantos odios que se han visto enredados en la penosa y al mismo tiempo venerable e incansable búsqueda de una Verdad inexistente que por fin no haya que cambiar, ni dudar, una Verdad eterna, una Verdad que para poder sostenerla hemos creado infinidad de engaños, entre ellos el amor mismo. Una Verdad que insolentemente pretende prometer el no-dolor ignorando que en el pretender es cuando se sufre más, una Verdad que sofoca y mutila la noble posibilidad de que cada individuo encuentre su propia verdad entretejida en sus sueños, en sus palabras y en sus actos...
El amor es pues, eterno mientras dura... y por -ello-, aceptemos nuestra mortalidad y finitud, y tan solo amemos y seamos eternos, al menos por un pequeño rato...
(Fuente: Miller J., "La pareja y el amor", Paidós, Buenos Aires)

1 comentario:

M. Paz Sobrino Pavez dijo...

Me parece que tus palabras de amor reflejan de que manera nos "des-encontramos" una y otra vez con un otro que jamás será A, pero que inevitablemente rogamos por completar.
En tus posts me encontrado con una parte de mi, que jamás pensé encontrar... Me alivia y me perturba, está plasmada en cada significante y ante eso, no puedo hacer más que rendirme a sus pies.