viernes, septiembre 15

acerca de la Libertad


“El fin del hombre, no como lo sugieren deseos vagos y fugaces,
sino tal como lo prescriben los decretos eternos e inmutables de la razón,
consiste en el desarrollo amplio y armonioso de todas sus facultades
en un conjunto completo y consistente";
[que, por consiguiente, el fin]
"hacia el cual todo ser humano debe tender incesantemente,
[…], es la individualidad del poder y del desarrollo.”

Guillermo de Humboldt


Tradiciones y costumbres de celebrar la libertad como ciudadanos, como seres humanos; naciones que celebran su supuesta independencia en medio de simbolos patrioticos y relucientes fuegos artificiales. Asumimos una supuesta libertad con respecto a nuestra historia, pero ¿que tan pertinente es celebrar una Libertad cuando las bases desde donde se sostiene son frágiles y fáciles de cuestionar? Reflexionemos pues alrededor de tan acuciante concepto: la Libertad.

Como todos sabemos, los seres humanos vivimos tiempos de definición en muchos ámbitos; desde lo personal, lo familiar, lo social y lo político. Definirse no es cosa fácil, mucho menos cuando la libertad para hacerlo no es del todo viable y auténtica.

Si bien, a lo largo de la historia, en varias partes del mundo se ha luchado y se continúa luchando para que las básicas libertades se pudiesen considerar como garantías que hoy a bien disfrutamos; existen otras libertades que se muestran reacias a ser conquistadas por nuestra voluntad y conciencia.

Cabe preguntarse, ¿en dónde es que nace ésta dificultad por alcanzar la libertad?, ¿qué lo impide?, ¿porqué a donde volteemos hoy en día, existe una relación de amos y esclavos, en la relación que se crea entre gobernantes y el pueblo; los vínculos entre líderes religiosos y los creyentes; en la dinámica entre las parejas, en los lazos afectivos entre padres e hijos?

¿Porqué cuando unos luchan por el poder, otros lo hacen por alimento?, ¿porqué cuando unos engañan a las masas para recibir un reconocimiento, otros creen ciegamente en una mentira que les haga sentir seguros?, ¿porqué cuando unos entregan su voluntad para complacer a otros, en búsqueda de afecto y compañía, otros suponen ciegamente ser lo que la otra persona necesita? y finalmente, ¿porqué cuando unos se escudan detrás de su paternidad para ejercer un poder sobre los más indefensos, otros chantajean emocionalmente a sus progenitores para obtener aquello que desean?

Más allá de festejos patrios y de discursos vacíos, ¿qué representaría ser libre y porqué muchas veces preferimos la comodidad de no serlo?

Propongo una lectura que vaya de lo micro a lo macro, de lo individual a lo colectivo.

Desde la filosofía, existe un concepto que se ha venido refinando en nuestros días y que ha sido expuesto a través de todas las artes; me refiero al concepto de la “cárcel cómoda”. Lo interesante de este concepto es que puede existir simultáneamente en nuestro exterior y también en nuestro interior, en nuestro pensamiento.

En lo exterior, una cárcel cómoda sería un espacio que nos ofrezca un reconocimiento, placer, confort, seguridad, a cambio de que desde una artificialidad, podamos seguir sosteniendo esa identidad que nos fuerza a ser aquello que en realidad no somos. Un espacio en donde la experiencia cotidiana del vivir se centre en evitar que el individuo entre en reflexión sobre sí mismo; algo que muchas veces no tiene nada de cómodo y si muy inquietante y hasta perturbador.

Podemos empezar a reflexionar acerca del porqué los espacios abiertos para los primeros fines, proliferan en cantidad sobre los segundos. Me refiero aquí a la palabra “espacios” en su significado más amplio; desde los espacios a los que vamos para alimentarnos, convivir, divertirnos, informarnos, cultivarnos y aún a esos espacios a los que acostumbramos ir a rendirle devoción a una deidad.

Hay muy pocos espacios que ofrezcan la oportunidad de reflexionar sobre nosotros mismos, de cuestionar nuestra forma de pensar, de ser, del modo en que la cultura y la sociedad se establecen. Tal vez haya pocos, porque esos espacios se descubren y se construyen en una primera instancia, dentro de nosotros mismos.

Espacios internos tan difíciles de encontrar, tal vez porque se esconden en los lugares en donde menos se nos ocurriría buscar. ¿Cuándo fue la primera vez en nuestra vida que tuvimos que ceder nuestra libertad a alguien más?, ¿es acaso que fue en el momento más tierno, inocente e indefenso de nuestra vida?

Imaginemos a un bebé que comienza a despertar al mundo, que se ve envuelto en un bombardeo de estímulos extraños que le vienen de un afuera que todavía no puede reconocer como afuera, y de un adentro que aún es incapaz de diferenciar como adentro.

Un hambre que todavía no puede nombrar con la palabra “hambre”, y de pronto, sin saber ni como ni cuando, llega una presencia materna capaz de llenar y saciar, complacer y confortar; de mitigar cualquier sensación de miedo y displacer. El bebé aprende rápido a poner su atención en el afuera, para “cachar” eso que es necesario para que el alimento llegue rápido, si habrá que llorar, pues a llorar, si habrá que hacer pucheros, los hará… lo que sea con tal de no sentir esa horrible sensación que no se puede nombrar.

Aún cuando el cuidado materno en sus generalidades se le puede considerar como incondicional, existen ciertas condiciones, la mayoría imperceptibles (aún para la propia madre), las que propician que en ese momento, la libertad de ser para sí (en el bebé), se vea sujeta a una necesidad de ser para Otro (la madre).

Y a partir de aquí, este mismo modelo se repite a lo largo de la vida, en donde uno tiene que reconocer que depende de Otro para sobrevivir, y que ese Otro sabe que puede ejercer un poder sobre uno porque posee lo que a nosotros nos falta para vivir. La libertad se ve entonces, comprometida.

Toda esta dinámica la saben muy bien los políticos con sus campañas de miedo y sus promesas mesiánicas prometiéndonos bienestar a cambio de que vivamos bajo el supuesto, de que el poder proviene de ellos, cuando en realidad emana de nosotros el pueblo.

La saben también los publicistas y mercadólogos en sus campañas de promoción de productos que nos prometen la felicidad, a cambio de ceder nuestro poder adquisitivo al comprar artículos y bienes que nos ofrecen la ilusión de un cierto status, seguridad y falsa identidad.

La saben muy bien los líderes religiosos que nos erigen Padres y Madres celestiales capaces de bendecirnos si nos portamos bien o castigarnos si nos portamos mal, a cambio de entregarles la posibilidad de creer en nosotros mismos y de poder ejercer nuestro libre albedrío al experimentar esta vida sin una moral basada en dogmas y valores vacíos.

Sabemos muy bien como actuar para seducir y/o ser seducidos por esa otra persona que nos atrae tanto desde la ilusión de suponer que es y/o que somos el hombre o la mujer poseedora de ese “algo” (al que nos referimos con frecuencia como: - un no sé qué, que qué sé yo-) que nos hace falta, ofreciéndole eso que suponemos ser, a cambio de seguridad, placer sexual, reconocimiento y afecto.

Sabemos como padres y madres, como educar a nuestros hijos al crearles ilusiones navideñas que recompensan con regalos que les prometen felicidad, siempre y cuando sean “buenos” niños y obedezcan. Así también nosotros supimos de niños, como chantajear a nuestros padres con uno que otro berrinche para obtener eso que siempre quisimos tener, haciéndoles creer que ellos tenían el poder, cuando no hay algo más poderoso que la incansable insistencia envuelta en llanto de un niño hacia sus padres.

¿Qué pues es la libertad? No pretendo dar respuestas, no es esa mi intención, puesto que las respuestas se encuentran en la individualidad de cada uno de ustedes lectores. Los dejo simplemente con la invitación a reflexionar sobre la libertad, sobre la importancia de permitir a los demás ser libres, sobre los miedos e inseguridades que desde infancia traemos y que nos impiden disfrutar de una libertad plena. Sobre nuestra fe y nuestras creencias, sobre nuestra condición social y nuestra postura política. Sobre nuestro rol como padres y como hijos, en fin… sobre el lugar desde el cual contemplamos nuestro rostro frente a un espejo…

Para cerrar, unas palabras de un economista y filósofo inglés del siglo XIX, que en su tratado “Sobre la Libertad” propone lo siguiente:
“Si considerásemos que el libre desarrollo de la individualidad es uno de los principios esenciales del bienestar, si le tuviéramos, no como un elemento coordinado con todo lo que se designa con las palabras civilización, instrucción, educación, cultura, sino más bien como parte necesaria y condición de todas estas cosas, no existiría ningún peligro de que la libertad no sea apreciada en su justo valor y no habría que vencer grandes dificultades en trazar la línea de demarcación entre ella y el control social.

Pero, desgraciadamente, a la espontaneidad individual, no se le suele conceder, por parte de los modos comunes de pensar, ningún valor intrínseco, ni se la considera digna de atención por sí misma. Encontrándose la mayoría satisfecha de los hábitos actuales de la humanidad (pues ellos son quienes la hacen ser como es), no puede comprender por qué no han de ser lo bastante buenos para todo el mundo. Y aún más: la espontaneidad no entra en el ideal de la mayoría de los reformadores morales y sociales; por el contrario, la consideran más bien con recelo, como un obstáculo molesto y quizá rebelde frente a la aceptación general de lo que, a juicio de estos reformadores, sería mejor para la humanidad.”

John Stuart Mill

No hay comentarios.: