lunes, febrero 13

Concluyendo una sinfonía

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"Un viaje es una nueva vida,
con un nacimiento,
un crecimiento y una muerte,
que nos es ofrecida en el interior de la otra ".
Paul Morand
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Cierro los ojos. Dejo de lado por un momento las fuentes de displacer y me voy al mar con el fin de tomarme una sana vacación de mí mismo.

En mis oídos suena Schubert, numeración progresiva de sinfonías hasta llegar a la misteriosa octava, con sus dos movimientos, contrapuestos y suficientes, el primero enérgico y sombrío, el segundo, templado y sublime... ya no más un tercero, mucho menos un cuarto.

Dejo fluir la libido y la multitud de fantasías; dirijo mi caminar interno hacia un estado nirvánico. Gradualmente cambio el hábito cotidiano de la queja por la apuesta a un devenir erógeno, lindo y crucial.

El sol me abraza. La melodía inconclusa me anestesia profundamente, aflojo el cuello, las neuronas, la inteligencia y esto último sin necesidad de esforzarme demasiado.

Mientras enfrento aquel estruendoso sonido, presiento inauditas aventuras corporales y un calor cuyo desenlace aún ignoro.

Tras la huida del sol, la claridad del cielo es fragmentada, la esperanza que en su luz reflejaba es arrasada por un huracán, y por él, música y sueños son diluidos, vivencias y cumbres son postergadas. Neblina traicionera y de vil sincronicidad, ¿porqué habías de llegar esa noche?

La pérdida de la felicidad dentro de la tempestad es más grande y más fuerte. Es un vórtice que me arrastra y que me quiere llevar con ella hacia el abismo.

De regreso y ya en silencio, la inconclusa concluye. Ahora la música son palabras, ideas... el texto comienza a resonar con una provisoria libertad, el sonido de las palabras navegantes se va intensificándose a tientas y con una paciencia magistral surge la emergencia del asunto, de nuevo... el místico asunto de la felicidad.

Sacar el corazón por la ventana de la vida, mientras las mismas señales en el camino, recorren la longitud del cristal empapado por los vestigios destructores de aquel mounstro que dejé atrás.

Las líneas de Monterroso fecundan el último retoño de mi fantasía, y son éstas mismas líneas de bello grosor y libertad, las que traspasan cualquier aduana de melancolía y penetran cual huracán portador de nuevos vientos resucitadores de mil hojas muertas, suficientes para alfombrar el otoño de mi juventud.

Las palabras leídas se enroscan por un momento, encierran verdades eternas, lugares comunes, traicionan y dan muerte a ideales establecidos; y luego el texto corre, me olvida, sigue adelante haciéndose a sí mismo, idea tras idea, van cruzando el camino, hay un alto que considera si aquel merece o no merece una digresión, y claro… termina por merecerla. La digresión es efectivamente el asunto que lo armoniza todo, así resulta que la primera impresión del texto la mande sumisamente al carajo.

Texto de escritura irreverente, que por principio no se toma en serio a sí mismo, una vocecita que tiene la amable ocurrencia de dejar entrever lo intrascendente como parte de una sabia analogía; y que en esa analogía escribe la intrascendencia para que lo trascendente se haga presente alrededor del texto, y éste a su vez dirigido al compás de un gran orquestador de la palabra.

Y si... las palabras van interpretando a la sinfonía incompleta que ha sonado mi vida. Una consideración momentánea a esta idea, marca el movimiento inicial de la batuta de mi voluntad, y comienza la orquesta de mi pensamiento a reinterpretar los dos movimientos que han sonorizado mi existir.

Mi eterna búsqueda por completar lo inconcluso de mi existencia cesa en llanto, las partituras de mi vivir son desgarradas cruelmente al avanzar la lectura y comprendo, finalmente, que fui compuesto solamente por dos movimientos, y que en mi absurda exploración he confabulado en contra mía, tratándome de completar, de estandarizarme en cuatro movimientos como las demás sinfonías, como las demás vidas.
¿Que me llaman inconcluso?, tal vez, pero a Monterroso, siempre le deberé la acústica individual del saber, que soy interpretado mejor así... en dos... ya no más un falso tercero, ya no más un inalcanzable, feliz y utópico ideal de un cuarto movimiento.
Concluyo mi sinfonía con la certeza de que el texto, siempre seguirá musicalizando mi devenir...
eric

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