lunes, febrero 13

Des-nudos


Cae la mano sobre el muslo izquierdo,
en un arco mórbido y superfluo.

Cae eternamente quieta sobre el coral de la piel suave,

joven, irisada en las veladuras del verde, el amarillo y el carmín.

La línea del contorno,
a veces perdida,
a veces aflora y se curva sobre el fondo liso y en reposo.

Cascada de luz fluida que se derrama sobre los pechos,
el ombligo y el pubis sonriente.

Bajada al lugar prohibido,
de inesperados rincones en penumbra.

Mizpah

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El cuerpo humano ha sido generosa fuente de inspiración para los artistas de todos los tiempos; esta temática se muestra con mayor énfasis y realismo en las artes plásticas. El tema del desnudo en el arte nos ofrece la respuesta que los creadores han producido al enigma femenino, su fuente de inspiración, su atractivo erótico, su seducción, su voluptuosidad; todo esto ha nutrido el acto creador, y han marcado con sus pequeñas pinceladas ese movimiento que nos intimida y que al mismo tiempo nos llama. En el momento en que el artista sabe articular el punto justo por donde el espectador es convocado, es justo allí donde somos atrapados.

Cada época ofreció diferentes formas para el goce estético en las imágenes del cuerpo femenino, cada una de ellas constituye una posición de búsqueda de nuevas fuentes de inspiración para lograr su posterior plasmación en diversos lenguajes artísticos.

Al preguntarme lo que realmente observo en la imagen de un desnudo femenino y la forma en que puedo describirlo, me encuentro con la necesidad de afirmar que no es fácil hacerlo sin los condicionamientos culturales que sin querer he adquirido. Me refiero a que me es muy difícil contemplarlo sin ese "mirar masculino" que regula mi percepción.

No quisiera ser arbitrario al hacer esta afirmación, pero tampoco puedo dejar de pensar en la manera en que desde muy pequeño he estado recibiendo un legado de representaciones corporales a través de mis sentidos.



Tampoco puedo negar los mecanismos de ensoñación de los días de mi adolescencia; al no encontrar en ninguna mujer la real personificación de la belleza, tomaba de cada una un pedazo e iba construyendo mi Venus de belleza perfecta, despedazando a todas las demás, para al final poder contemplar a la mujer ideal.

Con el tiempo descubrí que mi idea de belleza femenina había sido fabricada por una serie de mitos tan antiguos como los griegos y tan actuales como los que veía en televisión, dejándome con el vacío de no poder contemplar a ninguna mujer de carne y hueso.

Al irle perdiendo el miedo al enigma de la feminidad a través de mi fascinación por lo insondable de sus laberintos, al ir comprendiendo aquel punto nodal que definió la relación de mi subjetividad con el deseo, el amor y la pasión; pude reivindicar el lugar de la feminidad, ya no más como esa idea extranjera que es toda mujer para el hombre, sino descubrir aquel enigma impenetrable en mi mismo.

¿Qué es una mujer para mí?, este cuestionamiento se fue respondiendo, a medida que la idea de mujer iba tomando una nueva composición. Al diluir el enigma, desnudándolo, prenda por prenda y despojarlo de toda preconcepción más allá de percibir a la mujer como mero objeto de deseo, pude revestirla con el ideal de virginidad, con la sensualidad de la maternidad, con la capacidad que posee de crear vida y con el potencial de acompañamiento que siempre me ha mantenido en la espera por encontrar en la mujer, mi realidad y mi hora de verdad.

Pero la realidad me dicta que carne soy y que la mujer también lo es; al final siempre quedarán los cuerpos, la inquietud que provocan y la manera en que son los causantes de la atadura de todo drama, de todo destino y de todo amor.

Tras la resolución del enigma, me encuentro con un secreto rodeado de sutileza y sensualidad, un secreto que todavía no logro comprender el porqué se le ha de mantener oculto.

El secreto que ruega por ser revelado, el secreto a voces contenidas en redes de textiles esperando por ser desgarrados, el dulce e inocente secreto del desnudo.

El desnudo femenino siempre me significó la presencia de una realidad alterna y tristemente oculta, tal vez por mantenerse siempre escondida me fascinaba y al mismo tiempo la emparejaba con el pecado de saberme perecedero.

Crecí y aparentemente maduré. Una tarde como cualquier otra, bajo la tenue luz de una vela y un incienso, me encontré ante la conjunción del enigma y del secreto, encerrados en lo que para mí quedó definida la belleza y que al compartir una mirada quedó escrita y firmada la declaración que la vida tal y como es, perdurará siempre en la desnudez.

El desnudo siempre se recuerda, como es recordada la geografía recorrida en los viajes de placer y seguirá siendo el lugar seguro donde el descanso se encuentra en la intimidad de otro y en la de uno mismo.

¿Qué pasa cuando esa desnudez se enfrenta con un espejo? ¿Qué tan precisa es la declaración de la verdad?. Hasta el más narcisista de los narcisistas, nunca se acostumbrará a lo desgarrador que puede ser un reflejo.

El espejo siempre será el portador de un discurso, de una imagen y de un silencio. Podrá ser el testigo de cómo se restituye la paz en la conciencia y en el alma: podrá ser una ventana hacia los recuerdos; o podrá ser un lugar en donde todas las percepciones encuentran la calma de la ausencia de todo movimiento y que permite dibujar la resplandeciente vida bajo una piel que oculta el intenso y caótico interior...

eric


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