jueves, febrero 9

Teoría


Observo la flor, observo al niño: la eclosión de sus tejidos, nuevos bajo el sol, sus delicados colores:

Dentro de cinco mil millones de años, cuando el sistema solar haya hecho explosión, con el Dios en su centro,
toda esta delicada, fina, infinita paciencia de la Naturaleza para formar un pétalo de rosa,
iniciándolo como lengua de ángel, apenas visible e impalpable, seda de aire asutilada, coloreada levemente, levemente perfumada,
el pétalo que aparece rosado entre las hojitas verdes y el cielo azul, verdes de rosa, azul de Dios,
el pétalo con su tersura, con su claro e inocente brillo de alegría, pétalo, pétalo, pétalo, que se entreabre para ver la mañana acariciado por la frescura del rocío,
pétalo el único, precioso e irrepetible, con una gotita iridiscente temblando en el borde, junto a una espina cariñosa, acabada de despertar de su sueño de siglos,
el pétalo que resume la continuidad y la renovación y la unidad, la memoria y la gloria del Universo,
pétalo sagrado, tan frágil y casi inexistente y tan robusto el primer día de su creación, expresado en candoroso rubor,
el pétalo cabeza de niño, empajarado, pequeño caimán, becerro nonato, dorada cola de lagartija, blando pétalo en el aire que se aparta para verlo, se acerca para tocarlo, lo protege, lo acoge, le abre dulce espacio, lo envuelve, lo refresca, lo besa, no por nada sino porque sí, porque ese es su gusto, el aire que gusta del perfume de la rosa, el aire inocente como todos los habitantes de la Tierra.

Dentro de cinco mil millones de años, cuando el sistema solar haya hecho explosión, con el Dios en su centro,
ya para entonces habrá desaparecido esta delicada, fina, infinita dedicación de la naturaleza para inventar el pétalo de rosa, el tierno alacrancito impoluto, la escolopendra virgen bajo el calor árido de la piedra, tocando apenas el rosado pie de un niño que se ha aventurado hasta allí en medio de la inocencia del mundo, mansa y expectante en el aire de las rosas, la casta escolopendra de patitas de miel.

Todo lo venenoso guarda su veneno inocente e inofensivo, todo lo perjudicial permanece replegado, el mal se queda en su sitio, ocupado en perfeccionarse, hasta que sea llamado precisamente por el bien, que no puede vivir sin el mal.

Dios el Unico, tal como lo inventa la Teología, tendría que contener a la vez todos los atributos y por lo tanto sería infinitamente bueno e infinitamente malo.

Como estos atributos se anulan recíprocamente, fue necesario atribuir la maldad a un semidiós del mal, quien desde luego podría haber sido al instante aniquilado por Dios Todopoderoso, que sin embargo se desentendió de hacerlo por algún chantaje que se le ocurrió a Satanás, y con el enfrentamiento de los poderes del bien y del mal se ha causado más daño, mucho más, que con haber reconocido desde un principio la inocencia del mundo.

El mundo dice: Soy inocente, y continúa lavándose las manecitas en la Vía Láctea con jabón Pilatos, entibiado por el Sol, mundo sin mácula, todos los días nuevecito y acabado de bañar y de besar por Dios, mundo desprevenido, en el que si lloramos es para limpiar los ojos.

Los que se sienten culpables derraman su culpa sobre los demás para que les ayuden a llevarla, y como hubo Uno que se atrevió, pretenden que no habrá de faltarles Otro que también se atreva, y para eso han requerido todo un ejército de lavadores de culpa para que el mundo pueda amanecer cada día perdonado, planchado y perfumado con lavanda a los ojos de Dios, a quien hasta hoy sólo le hemos dicho mentiras como a buen padre alcahuete, y si no fuera así lo aborreceríamos y nos iríamos de la casa, posiblemente a fumar marihuana con Satanás.

Satanás también es inocente porque él no tiene la culpa de ser Satanás, como no la tengo yo de ser Jaime. El simplemente está prestando un servicio, el servicio que le solicitaron, y lo ha prestado a las mil maravillas, un servicio difícil, ciertamente, de modo que el Todopoderoso le debe estar eternamente agradecido y al final su justicia divina lo premiará con un lugar muy especial en el super-cielo, y lo coronará de gloria a su diestra por los siglos de los siglos, sus cuernecitos enguirnaldados y su cola adornada de rosas porque en el Cielo nada es imposible como no lo ha sido en la Tierra.

Con san Adolfo Hitler, san Atila, san Nerón y san Presidente Reagan, san Satanás se reirá eternamente de Centroamérica y de Suramérica y del resto del Tercer Mundo y el Todopoderoso no podrá llamarles la atención porque ya están en el Cielo y si a uno lo regañan también en el Cielo entonces no sería el Cielo.

Y la rosa no se marchitará en las manos de Satanás y el ángel bailará con la hiena y es esa suprema armonía lo que se llama Cielo, que antes se llamó Paraíso y estaba en la Tierra, pero lo perdimos por culpa de los hebreos que decidieron ponerse a vender las manzanas sagradas.

Han establecido los psicólogos que nunca se realiza acto alguno con intención de obrar el mal.
Luego el mal no existe.

El exterminio de los judíos se consideraba beneficioso para la humanidad por aquellos que lo intentaron y todavía hay quienes lo consideran así.

La antigua matanza de los inocentes tuvo el buen propósito de preservar el reino de la tierra contra el reino del cielo, que descendía amenazante.

La muerte de Cristo fue un acto absolutamente necesario, reconocido así por la misma víctima, que a eso precisamente había venido, y su única frustración hubiese sido que le negaran la cruz.

Las dos grandes guerras mundiales estuvieron inspiradas en la buena intención de enviar cuarenta y cinco millones de almas al cielo, el más grande proyecto piadoso que vieron los siglos, ejecutado con pleno éxito.

Y así indefinidamente, para no hablar de los ataques animales, que eso se comprende por naturaleza.

Y ese perverso pétalo de rosa que no es más que un engaño y un fraude, belleza aparente para esconder lo efímero y mortal, pétalo solapado, de fingida inocencia, que se hace el santo escondido en la fronda del jardín para decirle a la espina envenenada que me hiera cuando pase ese ingenuo, pérfido pétalo de rosa, mentiroso y banal, pétalo asesino.

Siquiera que dentro de cinco mil millones de años habrá dejado de existir y volverá la paz al mundo sin su presencia incómoda y culpable,
ignominioso pétalo de rosa concebido infamemente para adornar la cola de Satanás.

El uranio, el litio, el cobalto, inocentes estaban en la Tierra, sin saber nada de sí, pero nosotros los hemos sonsacado, les hemos enseñado malas artes, y la bomba explota en su inocencia y aquí se agotan los argumentos y concluye el poema,
no sin antes decir ¡Oh!

Jaime Jaramillo Escobar (Colombia, 1932)

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