viernes, febrero 10

Deconstrucción

"Si uno pudiese gustar al menos de su nada, si uno pudiera descansar bien en su nada, y esa nada no fuese una cierta clase de ser... pero tampoco la muerte completa.

Es tan duro no existir más, no ser más en alguna cosa.

El verdadero dolor es sentir su pensamiento trasladarse en uno mismo.

Estoy en el punto en que la vida ya no me concierne, pero con todos los apetitos y la titilación insistente del ser en mí.

¡Sólo tengo una ocupación: rehacerme!"

Antonin Artaud

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Mi existencia está marcada por el hecho fundamental de la supervivencia. Sobre-vivo, pero lo hago de modo peculiar y un tanto especial. La mentira de mi existencia, es la mentira en la que más creatividad he gastado para mantenerla y es la mentira en que más he creído y hecho creer como verdad.

Sobre-vivo porque miento, porque me niego a aceptar mi papel insignificante dentro del orden de la Naturaleza. No sobre-vivo porque soy más fuerte, más inteligente, mejor adaptado o socialmente maduro... sobre-vivo porque soy el más mentiroso. Al mentir no me refiero a las mentiritas piadosas o a las que están tristemente sujetas a una moral; me refiero a las mentiras que expresan aspectos de mi existencia que en realidad no existen.

Bíblicamente podría cumplir con todos los requisitos para considerarme un hijo del Diablo, el mayor mentiroso de la historia, o bien podría yo ser más descendiente de Caín que de Adán y repetir su destino de vagabundo eterno, condenado a caminar incansablemente por éstas tierras occidentales del Edén.

Soy un hijo de Caín; un hijo de la ira; y detrás de mi ira existe una negativa a aceptar aquello que veo, experimento y contra lo cual me elevo en mi mentira existencial.

Mientras no acepte éste difuminado papel que me ha tocado, viviré para mentir eternamente, condenado a vagar por la existencia, desprovisto de todo norte, y decapitado por el hacha de mi soberbia ignorancia. Soy un dios atrapado en un cuerpo de demonio. Atragantado por el bocado de aquel fruto prohibido que me abrió los ojos; estos dos huecos horadados y secos en la parte central de mi alma que ahora contemplan mi existir con el ritmo demónico de la mentira.

Como ser humano no existo, soy tan solo un concepto, una especie de molde irreal en el que (y a pesar de ello) había decidido montar mi mundo. ¿No es absurdo poner como piedra angular algo que no es? Pues bien, la lección que he aprendido, es que no sólo pienso lo que no es, sino que hago que lo sea; ¿seré mago? ¿O es que soy un embustero y un ser falaz que no pude hacer otra cosa más que creerme mis mentiras?

¿Es que acaso mi naturaleza humana es tan amenazante para mí y para los demás, que no me queda otra opción más que protegerme de ella con mi lenguaje y pensamiento?

Fingir, engañar, adular, murmurar, el convencionalismo, la escenificación ante los demás y ante uno mismo, son los mecanismos –y no las fauces o las garras– que ha desarrollado mi intelecto como simple medio de conservación. De todas, la más patética y necesaria de las mentiras con la que he disfrazado lo insignificante de mi existencia.

Soy una calamidad creadora de mi propio pensamiento, de mi propia realidad ficticia; soy un psicótico “de clóset” viviendo en mi realidad, que por ser única, no hay acceso para nadie más. Soy un psicótico inadaptado y no he logrado convivir con otros psicóticos porque ninguno de ellos comparte mi realidad - o ilusión de ella –.

He inventado mis propias reglas, mis designaciones, mi propia verdad y mentira, lo que me está permitido y lo que me es prohibido. Además de ello, no puedo gozar del derecho de unirme a una asociación civil, algún grupo de “psicóticos de closet anónimos”, en el que me pueda conectar con otros para que al menos me sienta yo un poquito más acompañado, suponiendo claro, que supiera lo que en realidad es la soledad, porque hasta eso es una mentira más; ni a la soledad misma puedo tener acceso.

No solo soy un psicótico inadaptado, si no que también he tenido que sacrificar mi ilusión de identidad e individualidad para dulcemente mentirle a los otros y dejar que los otros me mientan, con el fin de mal lograr un intento por establecer un consenso en el que todos aceptemos una realidad ficticia como la “real”.

He ignorado sistemáticamente la tragedia y la maravilla de la Realidad inalcanzable; finalmente moriré después de haber prevalecido sumergido en un letargo azaroso en el que después de varias repeticiones me he conformado con una falsa convicción de lo único y de lo verdadero.

He perdido mi autenticidad como psicótico, he compartido diagnósticos y terminologías clasificatorias, me he amparado en la bendita neurosis y con una venda en los ojos, he percibido lo aprobado en un absurdo consenso y voy por la vida derramando inercia corderil.

La religión construyó en mi un teatro determinista, interpretando un sin número de dramas dictaministas, con el propósito de diluir algún posible resto de identidad psicótica que me pudiera quedar y así poder ser más productivo y vivir sin tantas distracciones. Me han estado medicando con ansiolíticos como los celulares y el internet; con antidepresivos como la Navidad, los malls y el amor; con antipsicóticos como los reality shows, la música chatarra y los starbucks.

He delirado en español y en inglés, creyendo que me entienden y así, irremediablemente existo como un farsante pintando una realidad incolora sin saber realmente de que color me la estoy pintando, ignorando el daltonismo del que sufro. Pobre animalito que soy, como no pude con el mundo real, me tuve que inventar uno.

Es sólo que volteo a mi alrededor, luchando con la maldita indiferencia, y descubro una sociedad sin armonía, sin comprensión y sin amor; como si no tuviésemos el cerebro suficiente como para poder construirla.

¿Cuál ha sido nuestra anomalía? ¿No será todo esto una señal de locura?

Lo único que me queda por hacer es rechazar mi identidad y rehacerme. Embestir con toda la furia mi cuerpo viejo y mi alma, cosas que en ningún momento he deseado y he estado obligado a vivir con algo que no había pedido, crear mi propia esencia, mi propio "caparazón". Crear a (mi) Dios a imagen y semejanza mia.

Aunque sea absurdo que haya nacido para tener que morir indeclinablemente; luego de haber gozado en la vida como en un paraíso, no quiero abandonarla, por ello tendré que sufrirla como un castigo infernal, condenado a buscar algún sentido a toda esta realidad-pesadilla. Me dejaré abrasar por las llamas que yo mismo he encendido mentalmente, para aniquilar a mi "yo central".

Me despojaré del rostro de mi cuerpo, de mi espíritu, y trataré de arrancarme el chaleco de fuerza que ha impedido a mis anhelos expresarse.

Seguiré escribiendo, seguiré intentando acceder a mi existencia mediante la creación, atenuar la tortura que desgarra mi ser, recomponer mis sensaciones resquebrajadas y mis pensamientos que son ecos fieles de mi conciencia y será la escritura mi terapia.

Si he de ser un desequilibrado mental para poder hallar algún sentido de armonía en mi atribulado ser y combatir lo majestuosamente equilibrado que se encuentra mi alrededor y así atenuar un poco ésta opresión aplastante, no importa... lo que sea con tal de vencer esta nada que amenanza con abatirme dislocando mi conciencia hora tras hora.

Seguiré proyectando mi paisaje mental en ruinas, del que también emanará la belleza de un abismo cubierto por mil ríos de lava congelada tras una erupción provocada por impulsos vitales de un alma enferma.

Vivo en un mundo que intenta ser global y que ignora la alineación de sus habitantes y como alienígena me disculpo por volver visible la alienación que lleva todo ser humano oculta como una vergüenza; y me disculpo también por no tener el valor que el loco tiene por ser auténtico y del que el suicida necesita para cumplir con su último acto creador.

Crímenes, guerra, fraudes, crueldad. Somos una masa humana regida fundamentalmente por el egoísmo y el odio, pero que predica enfáticamente la generosidad y el amor; que exalta la libertad al tiempo que la encadena; que sólo puede vivir en la más abyecta injusticia pero proclama la justicia como el fin más alto del hombre. Toda esa organización paranoica se mueve muy eficazmente al compás de la música de la razón, con toda una escenografía verbal que trata de ocultar el panorama de la indiferencia y de la bajeza.

Me niego a participar, a someterme, a vivir en un mundo de normalidad y viviré en otro mundo, tristemente reducido a ser un mundo exclusivo, después de incontables e infructuosos intentos por compartirlo con personas que se niegan a ser anormales.

Sé que estoy tocando el extremo de algo... no tengo la seguridad de que sea, algunos me tacharían de vil nihilista pero soy muy cobarde para serlo.

Es solo que ahora cuando percibo la realidad externa, eso que doy por supuesto que 'está ahí fuera', y que es el terreno por el que me desplazo, el teatro en el que las distintas acciones suceden, en el que coloco a las demás personas, y en el que me incluyo aunque al estar yo también de alguna forma ‘ahí afuera’ tenga dificultades para verme desde un punto de vista externo, como un objeto entre objetos, como una persona cualquiera entre una multitud de personas.

Esa realidad externa que percibo ahora es una especie de centro en el que todos los caminos parten, unos al recuerdo pasado, otros a lo que supongo sucederá, y todo aquello que doy por sentado que se encuentra ahora mismo a mis espaldas o fuera de mi alcance, pero que con un adecuado desplazamiento o prueba indirecta, podría comprobar que estaba ciertamente ahí, como bien daba por hecho, por lo que me parece que ahora mismo no habrá desaparecido (de ahí la sorpresa de no encontrar lo que esperaba).

Como lo que esta detrás de mi, detrás de los biombos y las paredes es una realidad razonable pero no expuesta directamente a la percepción, puedo teñirla con ideas que aun siendo verosímiles nacen directamente de una intención sospechosa.

No puedo controlar directamente la veracidad de esta sospecha, a no ser que me de vuelta y lo confirme, y aun así, como quiera que las frases acaban y las gestos que se dibujan llegan a su fin, cuando me de vuelta sólo veré un trozo, un indicio temporal de los hechos que como prueba es insuficiente y requiere de una hipótesis cuya buena fe puede asimismo verse alterada por la anterior sospecha.

Mi mirada se basa en captar los trozos temporales de las realidades externas, especialmente los actos de los demás, e interpretarlos correctamente. La realidad no es obvia y lo que la hace particularmente difícil no es tanto la complejidad de los fenómenos naturales, el cálculo de la física y la geometría de las cosas como la interpretación de las intenciones de los demás.

Afortunadamente dispongo del tiempo para aprender a corregir sobre la marcha los errores que he cometido, de lo que he mal interpretado. Si bien la interpretación de gestos y escenas mudas resulta ser muy imprecisa, en cambio, sobretodo en lo que respecta al lenguaje.

Supuestamente el lenguaje me orientaría hacia una forma precisa de expresión en donde al gestar unos pocos movimientos articulatorios, orientados a producir sonidos articulados con un valor simbólico, me llevaría a traducir mis pensamientos, razonamientos y propósitos que tengo y hacérselos asequibles a los demás.

Pero tal es la suma de los inconvenientes del lenguaje, que a pesar de su enorme potencialidad, es que me ha permitido muy fácilmente (mucho más que con los gestos) mentir, engañar y manipular a los demás. Además, el lenguaje, para funcionar como mecanismo de comunicación, debe estar basado en códigos sociales admitidos por alguna comunidad hablante, por lo que me he visto obligado a utilizar terminologías, esquemas de referencia, palabras con connotaciones y doble sentidos, que ya me han encausado en una forma obligada a razonar y explicarme mi realidad y muchas veces me han impedido decir lo que realmente he querido.

Y los inconvenientes no son solamente en la parte emisora, si no también en la parte receptora; donde mis interlocutores se han visto en la necesidad de rellenar lo que ha faltado en mis frases, que es casi todo, y deducir del conjunto de mi contexto, las informaciones y hechos que se ven esgrimidos y exhibidos bajo una débil intención pragmática de lo que he pretendido comunicar y provocar con mis palabras.

De niño aprendí a darle nombres a las cosas, particularmente a los sentimientos y a las intenciones; con indeseable frecuencia aprendí a ser mirado casi en exclusiva para ser censurado (``no hagas eso'', ``no te pongas así'', ``no toques eso'') ¿No se habrá creado así en mi la temerosa espera de ser atravesado por una mirada censuradora, un silencioso espanto de cara a manifestarse espontáneamente delante de los demás?.

En otras ocasiones, me vi rodeado de adultos mudos que nada comentaban, parecían estar demasiado atareados como para perder el tiempo en minuciosas explicaciones -seguramente debido a mi poca importancia-. ¿No habrán generado con ello en mi la sensación de que cualquiera sabría cosas que yo no sabría jamás?, que yo era menos que más y que desde ese entonces he tenido que escrutar espantado las sorprendentes y obvias conclusiones de los demás (ellos si, personas de primera categoría)?

El trato airado y agresivo sistemático, me hizo un precipitado guardián de los ataques que me ha parecido adivinar en cada tonillo airado o comportamiento seco, antipático o poco agradable, esperando que de ahí surgirían los más malévolos dardos venenosos a escupir, antes incluso de que me pudiesen llegar a herirme.

¿Fue todo eso lo que me preparó a entender todo al revés, y que si alguien me maltrataría, me tendría que parecer en el fondo bueno y si alguien abusaría de mi es porque no hubiese yo hecho lo bastante por él?

Como en aquella tarde de mi tierna infancia en que mi madre reveló la falsedad detrás del mito de Santa Claus. Hasta el día de hoy no me ha quedado claro la intención con la que lo hizo, al igual que tampoco me queda claro la intención por la cual hoy la vida me ha descubierto mi realidad de falsedades e ilusiones.

Puede que encuentre el vacío, el no-sentido de lo que me rodea, el no-sentido de mi mismo. ¿En qué me podré refugiar ante tal angustia y desesperación?, una vez despierto ¿podré regresar a los brazos de la ignorancia, de la inconsciencia y del sueño?

¿Y qué si no puedo?, ¿valdrá la pena el entregarme a la reflexión y el cuestionamiento, perder la tranquilidad de la certidumbre con la que gozaba antes de enredarme en semejante telaraña? ¿podré renunciar a la ignorante felicidad que disfrutaba y evitar que la cruel verdad cimbre mis pensamientos y con ello las paredes impuestas que sostienen mi realidad y mis recuerdos?

Necesito una base en la cual poder pararme para al menos fingir que me mantengo de pie y no tambaleárme para poder seguir convenciendo a los demás de que no soy tan vulnerable, ni de que tampoco me encuentro a la deriva... aunque sepamos que nuestro río corre sin rumbo alguno.

Tan sólo cuando me encuentro en un museo, en una sala de conciertos, en un club bailando house, diseñando, escribiendo poesía, leyendo un buen libro, conversando con alguien en empatía... es cuando mi espíritu se siente a salvo...

Aprenderé pues del arte, esa peculiar capacidad que tiene por descubrir esa falsedad del mundo en el que vivo y convertirlo en algo legítimo y verdadero. ¿Cómo lo hace? No lo sé... pero hasta hoy, el arte ha sido mi medicina y vacuna que me ha mantenido "sano". Paradójicamente lo ha hecho con aquello de lo que se supone debo librarnme, me muestra algo todavía más falso y mentiroso, inverosímil, onírico y metafórico; pero bueno, al menos sé que lo es.

Lo bello del arte es que no tiene la necesidad de autoprocalmarse como una verdad absoluta, cuando voy a un museo sé que estoy contemplando una realidad creada a partir o contra la realidad que me enseñaron e impusieron.

Deconstruiré mi mundo, mi identidad; desaprenderé conceptos y verdades, renunciaré a viejos patrones y estructuras. Tendré como tarea titánica y espero no solitaria, de emerger de entre las ruinas, de rehacerme, de plasmarme, de musicalizarme, de esculpirme, de escribirme, de reinterpretarme...

eric

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