sábado, febrero 11

Hermeneuticándome

"Comprenderse es apropiarse de la historia de la propia vida de uno...
es hacer relato de ella, conducida por los relatos,
tanto históricos como ficticios,
que hemos comprendido y amado.

Es así como nos hacemos lectores de nuestra propia vida"

Paul Ricoeur
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Luego de establecer los criterios de una sospecha ontológica en lo que ha sido mi existir en este mundo a lo largo de, cronológicos, veintisiete años; y de poner en tela de duda demistificadora, mi mundo que había creado en la alucinación y el delirio que una percepción sesgada y un lenguaje insuficiente conformaron; se estableció un espacio de transitoriedad en donde lo imaginario, lo paradójico y lo simbólico tuvieron una confrontación a muerte.

Tal y como aquella metáfora del árbol que nació torcido y que permitió que fuese talado y desenraizado al darse cuenta que jamás iba a poder enderezar sus ramas, fui recorriendo cada una de ellas en toda su conífera longitud, mientras que se iba desplomando en el más vertiginoso de los movimientos, hasta que por fin, el colapso con una realidad árida y horizontal, provocó que lo entrañable de sus raíces expirara un último fotosintético deseo, el de poder renacer como la jacaranda que siempre había querido ser.

Como dijo el poeta, la cuna del hombre la mecen con cuentos, no con razones. Pues bien, tuve que detener aquel movimiento apaciguante en el que yacía dormido y volver a narrar aquellos cuentos con los que me narraron mi identidad y en donde conformé mis ilusiones, ideales, alucinaciones y pesadillas.

Todo ese constructo imaginario narró una representación ficticia de mí mismo, consolidándose así, una mitología literaria que fue creando un mundo interno desde lo pre-simbólico, mistificando las pulsiones más primarias, hasta la elaboración de las sensaciones más humanas.

Mi vida comenzó como un mito que requirió de una labor literaria, poética y novelar, para poder mantener una cierta coherencia que alineara en lo cronológico y significativo, la nueva cadena de acontecimientos que se le iba agregando a cada instante; y que todavía más importante, pudiera editar aquellos sucesos que no concordaban por su contenido, con la trama ya establecida.

Fui entonces el personaje principal de mis propias fábulas, mitos, parábolas, alegorías, grandes epopeyas y tragedias, utopías y ucronías sobre el mal y el bien y el destino de existir. Relatos todos que afectaron decisivamente mi forma de conocer el mundo, de establecer mi moral, carácter y costumbres.

Aquél niño escritor se contaba a sí mismo cuentos que lo consolaban, lo entusiasmaban y lo animaban, a veces lo afligían; con el tiempo, tanta creación literaria desarrolló en él una omnipotente habilidad de manejar sus más íntimos miedos, al caracterizarlos en el gran dramaturgo escenario de su mente.

Cuando se sentía falto de inspiración recurría a varias fuentes en donde encontraba materia prima literaria que alimentaba su deseo de crear las distintas ramificaciones narrativas de sus cuentos que ya para estas alturas, se habían convertido en mitos que ya dejaban relucir cierta tendencia por consolidarse en verdaderos y apegados con los primeros atisbos de realidad objetiva que empezaba a percibir.

Tales fuentes de inspiración iban desde los sueños hasta las caricaturas, pasando por lecturas y algunas conversaciones que entablaba en alguna que otra noche de Halloween; tales relatos estaban poblados de ángeles y hadas madrinas, pero también de demonios, de ogros y de esfinges feroces.

Para aquel niño que fue maltratado, el lobo acabó siendo más real que para Caperucita... aquella mitología le avisaba pragmáticamente, de que en realidad el mal existía.

Una vez comprobada esta premisa, el niño fue creciendo y esa habilidad narrativa nunca le abandonó, siguió contándose cuentos hechos de la mitad de las verdades y de vestigios sintagmáticos de sus emociones, y así fue como enfrentaba una realidad discretamente ya mistificada por la cultura y la religión que le fueron impuestas.

Así me fui constituyendo y al mismo tiempo, trascendiendo; con todos esos cuentos que me contaba, en esa intemporalidad evanescente e inmemorial donde habitaban en un equilibrio dinámico, Superman, Batman, el Principito, Hulk, Mafalda, Darth Vader y su hijo Luke Skywalker, y también Adán y Eva, ángeles y demonios, Cristo y la serpiente...

Mi historia estuvo constituida, en cierta medida, por los acontecimientos que yo mismo producía, con tal de perseguir aquellas mismas utopías y nunca alcanzarlas.

Lo imaginario fue entonces lo que abrió un camino que me acercó a lo real y a la creación; aunque muchas veces esa imaginación se comportaba de forma muy loca y psíquicamente promiscua, bien puedo reconocer que sin ella, mi vida hubiese sido muy descolorida y triste.

Si bien lo racional en mí se ha visto desde un principio opacado por esta inventiva imaginaria, no ha quedado de ninguna manera excluido. Lo imaginario no es sinónimo de irracionalidad, puesto que de ella me valí para poder construir todas mis utopías, que no fueron mas que ilusiones racionales, sueños desde la razón y muchas veces constituyó la forma en como mis deseos se expresaban racionalmente y que generalmente apuntaban hacia una salvación eterna realizada en otro espacio y en otro tiempo.

Pero hubo también ocasiones en donde mi imaginación se tornaba peligrosa, al momento en donde la razón parecía ya no un apoyo, si no un obstáculo por derribar; y siendo ésta endeble, resultaba fácilmente vencida, teniendo como consecuencia una percepción en la que difícilmente se distinguía lo imaginado con lo real. Todos los absurdos resultaban posibles y en donde la imaginación suplía mi impotencia, y entonces fui creando falsas ilusiones, en lugar de abrirme realidades alternas.

Las ilusiones entonces fueron narrando el cuento de que lo imaginado era lo real, antes de sí quiera, poder demostrarlo. Todo este mecanismo fue igualmente sustentado por personajes culturales y religiosos que me prometían alcanzar aquellos paraísos imposibles y al mismo tiempo los medios de comunicación actuaron como narradores infatigables, como un flautista de Hamelin de mi capacidad de crítica, llegando a manipular mi imaginación.

Al darme cuenta del nacimiento de esta tragedia, creí que abandonando mi imaginación iba a ser capaz de no caer en estas trampas que me ponía la alteridad, renunciando así a los mitos que le daban un sentido a mi existir, pero que al mismo tiempo renunciaría a los imaginarios que me habían hipnotizado.

Afortunadamente caí en el entendido de que el tratar de vivir sin mitos, en sí es un mito; tuve que aceptar de nuevo que los mitos y lo imaginario formaron, forman y formarán parte de mi existencia y apostar por desarrollar una habilidad que complemente las polaridades aparentemente opuestas, entre lo racional de lo imaginario y lo loco de lo racional. Me refiero a una capacidad de poder elegir mis mitos desde una autonomía poética y poder conservarlos en un equilibrio y armonía en donde se pueda establecer un diálogo entre ellos y mi racionalidad.

Desde luego fue también doloroso, el enfrentar la patología subyacente a la necesidad de crearme utopías. Es por eso que hoy la demanda se establece desde la necesidad de una aplicación razonable, más no racionada, de mitos e imaginarios en mi vida. Todo esto sobre una dialéctica que me enseñe recibir y dar razones con una alteridad que regule lo posible y no posible; una retórica que me enseñe a persuadirme y que genere en mi convicciones genuinas; una hermenéutica que me enseñe a unificar una aplicación concreta a lo que vaya re-interpretando y comprendiendo históricamente en mi vida; y por último, una poética, que me permita sensibilizarme ante la tendencia cultural de resolver los problemas inherentes al existir, de una forma práctica y estéril; y que al mismo tiempo me enseñe a crear mis propias soluciones de manera fértil e impráctica.

De manera que coexistan todos estos aspectos, al edificar una nueva epistemología ligada fuertemente a mis sentidos, que lleguen a afectar de manera esencial a mi condición, que puedan expresarla al mismo tiempo que la re-interpretan. Aceptar desde un equilibrio entre lo racional y lo imaginario, lo paradójico y bello en el amor, en la envidia, en la justicia, en la simpatía y en la ternura, en el sufrimiento y en la muerte.

Creer y percibir lo imaginario y racional en la Belleza y en la Gracia, como las expresiones estéticas más universales, y disfrutar infinitamente los efectos terapéuticos que proporcionan a mi espíritu y que al mismo tiempo justifiquen solemnemente la preservación de mi saber-me, desde lo mitológico y lo poético.

¿Qué me importa que la historia de Narciso no sea verdad, si puedo gozar con ella, si me purifica del fastidio de mi realidad y al mismo tiempo la confronta y la comprende mejor?

¿Qué si toda esa mitología e imaginación contrarresta los estragos de cómo yo viví esa racionalidad como algo autoritario? Una racionalidad que minimizó mi amor por la Imaginación y Humanidad; queriendo sustituirlas por saberes “útiles”, que supuestamente incrementarían mi poder para enfrentar al mundo y me conducirían hacia una felicidad condicionada a lo eficaz y productivo que yo pudiese llegar a ser.

Esta falta de equilibrio entre lo racional y lo imaginario, provocado por una ausencia de apertura ante lo aparentemente diferente del otro, conllevó a que estas dos polaridades tuvieran una concepción de la otra, como si se tratase de una mentalidad opuesta, primitiva, subdesarrollada, atrasada, alienada, supersticiosa, errónea, agresiva... En lugar de haberse complementado desde una mutua fascinación por la otra, sin tener que probarse a si mismas para que la otra corroborase su autenticidad, sin descalificarse.

Tal vez debido a que lo imaginario y simbólico se presentaron en mí mucho antes de que cualquier chispazo de raciocinio y hayan constituido la forma más antigua, y a la vez ingenua y sentimental, de comprender las cosas; pude encontrar en lo mítico una manera de representar no sólo la realidad, si no el trasfondo de ella, en una manera en que no puede ser expresada de otra forma.

Es por eso que cuando lo racional se me presentó envuelto en un velo de deseo, pude aceptar su crítica dirigida a todos los supuestos irracionales de mis mitos; sin que esto significara que se dejaran de crear, pero ahora ya con símbolos nacidos de una conciencia intelectual y afectiva; racional e imaginaria. Símbolos que me permitirán contestar mis más grandes cuestionamientos de mi existir... mi génesis y el ¿para qué? de ello.

Mi saber entonces, tendrá un nuevo valor, porque sabré como usarlo con un sentido de lo que quiero encontrar a ciegas en lo lumínico de mi realidad, a través de los nuevos constructos imaginorracionales; desechando todo consumismo compulsivo que me lleve a comprar símbolos que nieguen mi profundo convencimiento de que la forma en como viví los hechos que acontecieron en mi mundo no son, ni nunca serán la única verdad.

Lo que me lleve también a comprender esa causalidad profunda entre algunos de mis mitos y algunas formas en que atemporalmente experimenté mi vida. Es claro que siempre tendré una nostalgia de una armonía espiritual y corpórea que quedó rota y desterrada años atrás de mi subjetividad.

La mitología cristiana fue articulada durante mi vida por la cultura en que nací y fue narrando toda una gramática generativa y creativa, que me permitieron expresar y comunicar sentimientos y refinar relaciones desde mis ingenuas y sublimes pretensiones de fraternidad universal.

Preguntas desde muy chico las tuve, ¿quién realmente soy?, ¿dónde está Dios?, ¿porqué sangra y está muerto, no se supone que está vivo?, ¿de qué se trata todo esto de la vida, porqué me tocó en este planeta y no en otro?, ¿qué pasaría si nada existiera y lo que existiera fuera eso mismo, la nada?

Soy una criatura con una gran sed y he vivido obligado a volver a mi hogar, un lugar que nunca he conocido.

¿Qué si solo existo como una representación imaginaria en el mundo y Dios es el que me está soñando?

¿Qué si el soñador soy yo y la imaginación me da la cualidad de omnipotente y tenga yo la capacidad de sostener mi realidad, cualquiera que yo elija?

¿Qué si la imaginación para mí lo es todo y me basta imaginar una cosa para que ésta exista?

El ateísmo de no creer en Dios no me ha servido y tampoco el ateísmo de no creer en mí mismo. Vamos, ni siquiera poder llegar a ser un falaz agnóstico. Mi fe está puesta en mis sueños, y no para destruirlos convirtiéndolos en realidad, sino más que nada mi fe esta puesta en mi capacidad de crearlos y también de destruir aquellos que alguien más soñó por mí.

He soñado sueños ajenos y sueños de sueños. Es tiempo de crear los propios para seguir creyendo, es tiempo de creer para seguir creándolos y alcanzar la dignidad de convertirme en señor de mi fe.

He querido ser todo en mis sueños, ahora quiero ser nada en ellos, excepto el Ser que existe por sí mismo en mi. Las raíces de mi futuro son antiguas, por ello quiero seguir guardando y recreando viejos relatos, nombrando a viejos dioses para que regresen rejuvenecidos, desempolvando moralejas de añejos cuentos, imaginando lo que puedo ser en lo que fui, para crear con sentido un espacio y un tiempo habitables, a los que pueda siempre dirigirme.

En fin, poder preservar desde una postura crítica y emocional, mis mitos antiguos reeditándolos. Seguirán hablándome de aquello que no puedo conocer, de lo posible, verosímil e inverosímil en mi existir, de mi origen y de mi destino.

Siempre necesitaré imagos de un alfa y de un omega para darle sentido y fuerza a mi vida, porque sé que en mis creencias se encuentran las raíces de aquélla Jacaranda que comienza a nacer desde lo que siempre he sido y seré: un cuento en cuyas entrelíneas, los demás se puedan leer...
eric


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